Mi mente me traiciona. Muchos ocasos han pasado desde que dijera a
mi musa que no volviera, que su compañía era fútil pasajera de amargos
desencuentros con el amor y con la vida, que su inspiración caía a un pozo de
deseos rotos y sentimientos efímeros carentes de hechos. Superé algunas noches
en vela y muchos días estando ensimismado. Hoy en esta noche sin estrellas de Madrid,
una musa me susurra y no aguanto más.
Sabiendo de antemano que estas letras quedarán en la memoria y no
en hechos. Sabiendo sin querer saberlo que más de un corazón dejaré sangrando
volviendo a abrir heridas del pasado. Aún sabiendo todo lo que creo y temo saber,
me aventuro después de mucho tiempo a liberar mis pensamientos con el teclado.
La Culpa, esa traicionera embaucadora furtiva de horas intempestivas,
se presenta cuchillo en mano cortando florecientes y ramificados sentimientos. Poco
a poco los va podando y esculpiendo hasta una imagen abstracta del recuerdo
hábilmente encarcelado. Ese recuerdo que escapa brincando en la campiña de mi
melancolía y sin conciencia de haber sido liberado se presenta amenazante,
inquisidor y altivo. La Culpa se ríe a carcajadas sabedora del poderoso
recuerdo y embiste con fiereza dejando únicamente las raíces de esos
sentimientos que inútilmente se atrevieron a resurgir.
Lo más demoledor para mi razón es la agonía de saber que el recuerdo
es inocente adalid de mi memoria y la Culpa, el verdadero culpable, es causa y
efecto de mi sinrazón.