-Aún recuerdo aquella tarde de escalada...
Después de una copiosa comida en el campamento base, partimos hacia la mayor aventura que jamás nos propusimos, escalar hasta la cima.
Jóvenes, vigorosos, llenos de motivación y cuatro mil metros de ambición por delante. Pensé en todo lo que iba dejando atrás (-debajo-) a medida que clavaba mis crampones en el hielo. Nos creímos capaz de todo. Ascendimos muchos metros en poco tiempo, pero éramos concientes de que no todo sería tan fácil..."
[...]
- Daniel, ve a ver qué le pasa al abuelo. Está llorando otra vez.
- Abuelo ?? Estás bien ??.
- No todo sería tan fácil...(se repetía tantas veces como la escasa respiración que le quedaba, le permitía) por qué me hice el valiente ??.
- Nada, mamá. Dice tonterías sin sentido, como siempre.
- No digas eso del abuelo, sabes que está enfermo.
- Ya, pero es que siempre llora por la famosa tarde de escalada esa.
- Nunca llegamos a saber qué pasó, pero según los médicos es probable que sólo sea un delirio a causa de la fuerte medicación. Mejor no preguntes.
El abuelo seguía llorando postrado en su silla, sin consuelo, mirando por el ventanuco de un séptimo piso apenas con luz. Minutos más tarde se quedaba dormido, cesan los llantos y las alucinaciones.
Esa misma noche, Daniel, desvelado, pensaba las palabras de su madre. Quería acabar con aquello de una vez y tuvo la facilidad de un imberbe para meterse donde no le llaman. Para creerse la solución de algo que llevaba tres generaciones sin resolverse.
- Daniel, haces algo hoy ??.
- No, mamá, si quieres me quedo cuidando al abuelo.
- Uy !! Qué te ha pasado !!?? Nunca te he visto así, tan predispuesto para ayudarme...
- Ya... jeje. (Sonreía evitando la mirada atenta de su madre).
- Acaso tienes una nueva amiguita que no conozca ??.
- No es eso mamá. Déjame en paz, que para una vez que te ayudo, no lo estropees... (empujando a su madre hacia la puerta).
- De acuerdo. Puessss me voy a trabajar. Llego a la hora de siempre. Si le pasa algo al abuelo, llámame.
La puerta se cerró al mismo tiempo que el viejo se giró mirando al crío. Esa mirada muda de no creerle capaz de hacer algo. Daniel, se alejaba por el pasillo, hacia la cocina.
Mientras se apagaban los pasos escaleras abajo, se oye desde el fondo la última indicación de su madre.
- Acuérdate de darle la cantidad justa de pastillas, sabes que sino se pone agresivo.
El chico no alcanzó a oirlo, aunque no hubiese acatado esa orden de todas formas.
- Abuelo, por qué tienes esa cara de miedo ??. Soy Daniel...
Dijo el nieto mientras estiraba el brazo para ofrecerle las pastillas del mediodía.
- Mamá me ha dicho que hoy son seis en vez de tres. (Mintió descaradamente, cuando el abuelo sí había oído a su hija).
El abuelo negaba en silencio, aterrado.
Finalmente se las hizo tragar a la fuerza.
- Abu, mírame. Cuéntame la historia de la escalada.
Comenzaron los delirios agudizados por la sobredosis. El jóven seguía creyendo que su plan triunfaría, sin embargo se palpaba la tragedia.
Ellos dos sólos, sentados cara a cara, en aquel habitáculo.
- Ahora no hablas, eh ??.
- No todo sería tan fácil...
- Sí, y ahora dirás que por qué te hiciste el valiente... pero cuéntame el resto.
- Descolgados a tres mil ochocientos cincuenta y seis metros por encima del nivel del mar, soporté todo su peso en mi brazo. Por qué me hice el valiente ??.
- Síííí, abuelo, sí. Que eso ya lo sé, pero continúa de una vez...
El pobre anciano dopado, perdió la mirada otra vez mientras narraba casi en trance.
- Una mala postura hizo que quedásemos colgados a merced de una simple cuerda. Yo, por encima de ella, intentaba pensar más rápido que el miedo y busqué alternativas. En vano.
[...] Después de una larga pausa, continuó.
- Ella, por falta de experiencia, cortó sin querer la soga que nos sujetaba a los dos. Un golpe seco de piolet. Tuve la habilidad suficiente para que antes de que se precipitase al vacío, coger su soga y rodearme el brazo con ella.
- ...
- Veinticuatro minutos aguanté sus sesenta y tres kilos de peso en mi brazo, oyendo el eco de sus gritos de desesperación...
- Otra vez no, Claudio. Deje de llorar ya, sea un hombre y cuente el final de la historia (dijo con frialdad el nieto, sabiendo que su madre no tardaría en llegar).
- Ves estas cicatrices, hijo ?? (Entre balbuceos sentenció el anciano, remangándose el brazo derecho). La cuerda me desgarró la carne produciéndome quemaduras. Es el precio de la imprudencia, del orgullo y de creerme capaz de todo.
- Descansa abuelo, la medicación hace estragos en ti. Deja de inventarte historias.
El viejo volvió en sí, enfurecido por aquellas palabras. Cogió con gran fuerza a Daniel por el cuello.
- No eras tú quién quería escuchar la historia ??. Todavía te queda la mejor parte... (los gritos escupían la cara de Daniel, atemorizado, sin el control de la situación).
- Esto no me gusta, Claudio.
El chico miraba perplejo el brazo de su abuelo.
- Sí, has acertado. Se me resbaló y cayó al vacío. Yo gritaba de ira, pero no sirvió de nada. Tampoco llegué a escuchar el ruido del golpe de su cuerpo contra las rocas del fondo. Sabes qué hice, Daniel ??. SABES QUÉ HICE ??? (seguía gritando mientras apretaba con más fuerza el cuello de su presa).
- Socorroooo !!! Socorroooo !!! (Gritaba el pobre Daniel invadido por el mal suceder de los acontecimientos, ya sin importarle la historia).
- Miré hacia abajo, con la esperanza de verla viva por última vez. Con la puta esperanza de verla viva. Y sabes lo que vi ??...
Daniel en un despiste del anciano, se zafó de sus manos y huyó escaleras abajo llorando a más no poder. Se escondió en casa de un amigo, agitado y queriendo olvidar todo aquello.
[...]
Se ve a la madre y al hijo, abrazados en plena calle mirando hacia arriba. La madre le pide explicaciones, el hijo no podía hacer otra cosa que llorar.
Ella no entendía, no entendía cómo pudo llegar a la situación de volver del trabajo y ver a su padre colgado de un séptimo piso con una soga de escalar al cuello. Peso plomo.
Él, traumado e inyectado de madurez, entendió qué fue lo que su abuelo vió al bajar la vista.
Ella creyó (-o quería creer-) que fue todo un accidente en el que Daniel se vió involucrado y no tenía nada que ver.
Él nunca más preguntó por aquella historia... nunca.
26 enero 2009
09 enero 2009
"Cama, sangre, olvido..."
Y cuando uno ama en la distancia, ama en la cama.
Bebe del manantial de los recuerdos que caen en forma de sudor por un mal despertar.
Sospecha un grito ahogado en la oscuridad de su habitación,
intuye unas manos de sicario rodeándole el cuello.
Finalmente cede a la presión de la necesidad. Cae en el sueño profundo, abrazado al retrato que pone nombre propio a la lejanía recurrente.
Y cuando uno ama en la distancia, ama en la cama.
¡¡Muere!!, muere de una maldita vez en los tentáculos de Morpheo, y a cada instante genera impulsos de olvido sobre el blanco infinito de sábanas perdidas.
Blanco de nieve, copos que se funden al contacto del cristal. Afuera, la ventisca arrincona a las ramas desnudas.
Se vuelve a desvelar repentinamente. Un ruido de cristales rotos, el motivo.
No entiende, mira alrededor pero no ve el origen del estruendo.
Y cuando uno ama en la distancia, ama en la cama.
Rendido ya de cansancio y aturdido, se tiende como las plumas que esperan a que alguien se las lleve. Siente su presencia, pero desconfía de sus delirios provocados por el insomnio.
Él no sabe nada, nunca lo sabrá.
Una ráfaga de viento se cuela cada noche en su intimidad, llena su mirada de sombras. La parte derecha de la cama, donde ella solía dormir, impoluta y sin desordenar, acoge el frío de la ausencia.
Y cuando uno ama en la distancia, ama en la cama.
Pasan las horas igual que pasan las cosas que no tienen sentido.
Despierta.
Una mala noche, pero no hay tiempo de mirar atrás. Empieza el día con el pie derecho, pie que le sangra. El marco roto reposa sobre el suelo, indiferente. Los cristales se esparcen de forma arbitraria, algunos afortunados sienten el calor de la piel cortada.
Las perlas rojas caen con frecuencia, manchando un vacío en la moqueta. Se oyen alaridos quebrados. No sé si por el dolor de las heridas o por perder la foto.
Y cuando uno ama en la distancia, ama en la cama.
La foto de su retrato ya no estaba allí. Ya sólo quedaban regueros de sangre seca. Ese fue el día que supe que me olvidé de ella. Ya no existe. Porque en la vida hay personas que olvidan y olvidados.
Me duele más, muchísimo más, pertenecer al segundo grupo, que todos los cristales que me clavé aquella mañana intentando buscarte...
Bebe del manantial de los recuerdos que caen en forma de sudor por un mal despertar.
Sospecha un grito ahogado en la oscuridad de su habitación,
intuye unas manos de sicario rodeándole el cuello.
Finalmente cede a la presión de la necesidad. Cae en el sueño profundo, abrazado al retrato que pone nombre propio a la lejanía recurrente.
Y cuando uno ama en la distancia, ama en la cama.
¡¡Muere!!, muere de una maldita vez en los tentáculos de Morpheo, y a cada instante genera impulsos de olvido sobre el blanco infinito de sábanas perdidas.
Blanco de nieve, copos que se funden al contacto del cristal. Afuera, la ventisca arrincona a las ramas desnudas.
Se vuelve a desvelar repentinamente. Un ruido de cristales rotos, el motivo.
No entiende, mira alrededor pero no ve el origen del estruendo.
Y cuando uno ama en la distancia, ama en la cama.
Rendido ya de cansancio y aturdido, se tiende como las plumas que esperan a que alguien se las lleve. Siente su presencia, pero desconfía de sus delirios provocados por el insomnio.
Él no sabe nada, nunca lo sabrá.
Una ráfaga de viento se cuela cada noche en su intimidad, llena su mirada de sombras. La parte derecha de la cama, donde ella solía dormir, impoluta y sin desordenar, acoge el frío de la ausencia.
Y cuando uno ama en la distancia, ama en la cama.
Pasan las horas igual que pasan las cosas que no tienen sentido.
Despierta.
Una mala noche, pero no hay tiempo de mirar atrás. Empieza el día con el pie derecho, pie que le sangra. El marco roto reposa sobre el suelo, indiferente. Los cristales se esparcen de forma arbitraria, algunos afortunados sienten el calor de la piel cortada.
Las perlas rojas caen con frecuencia, manchando un vacío en la moqueta. Se oyen alaridos quebrados. No sé si por el dolor de las heridas o por perder la foto.
Y cuando uno ama en la distancia, ama en la cama.
La foto de su retrato ya no estaba allí. Ya sólo quedaban regueros de sangre seca. Ese fue el día que supe que me olvidé de ella. Ya no existe. Porque en la vida hay personas que olvidan y olvidados.
Me duele más, muchísimo más, pertenecer al segundo grupo, que todos los cristales que me clavé aquella mañana intentando buscarte...
Suscribirse a:
Entradas (Atom)