Saliendo con sus pensamientos:El día transcurría con el silencio propio de los pensamientos. Cada pueblerino, desde el más joven hasta el más viejo, guardaba un silencio que se difuminaba en el ambiente para calar en la piel del resto.
El anciano con el bagaje de los años se preocupaba por sus hijos y nietos, el padre con el corazón torturado pensaba en su mujer y la incipiente familia que dependía de él para subsistir, el hijo con las esperanzas rotas profundizaba en el desánimo y temía por su vida. Los únicos ociosos eran los niños, con su virgen corazón y alma en flor. Lamentablemente los niños estaban enfermos por el silencio de sus mayores. En el pueblo todo era vacío.
Álvaro también tenía la cabeza caliente por una imagen, visiones que no le dejaban pensar en nada más. El tiempo le sabía lento y pesado, la mirada perdida veía el momento que ansiaba su corazón.
"Hoy a las siete y media de la tarde en la colina que está detrás de la explanada de la iglesia"
José le miraba y preveía sus sentimientos, esos sentimientos tan consabidos por el transcurso de su vida. Le conocía desde niño y sus inquietudes no estaban puestas en la gente de cemento, en la cabeza le rondaba Álvaro.
"Hoy a las siete y media de la tarde en la colina que está detrás de la explanada de la iglesia"
-No deberías preocuparte por la gente de cemento. Hace tiempo que no guardamos relación alguna con ellos, no les debemos nada.
-Yo ni tan siquiera había oído hablar de ellos. No es una cosa que me preocupe mucho- Álvaro tenía preocupaciones más mundanas.
"Hoy a las siete y media de la tarde en la colina que está detrás de la explanada de la iglesia"
-¿No habías oído mancillarles ninguna vez? Deberías ser más sociable- Álvaro volvió a su habitual silencio y rubor.
-No se me da bien hablar con la gente.
-¿Y no hay nadie del pueblo con quien te relaciones?
"Hoy a las siete y media de la tarde en la colina que está detrás de la explanada de la iglesia"
Álvaro calló y no dijo nada, al pasar un rato José dejó de esperar la respuesta.
Por fin el sol empezó a desfallecer. José sin saber muy bien como impedirlo mandó a Álvaro hacer más tareas de las habituales. Todo lo había hecho rápido y bien, no podía retenerlo más en la panadería. Álvaro perfilaba una sonrisa en el rostro, su felicidad desbordaba por sus poros, estaba nervioso y emocionado.