Alegre panadería:Como un día normal transcurrían las horas de la mañana con el devenir propio de un sábado. Algunas personas entraban con su cesta de la compra, aunque la mayoría venían con las manos vacías, seguramente sin ningún otro propósito que comprar el pan del día.
Al poco de haber abierto se empezó a formar una fila de tranquilos pueblerinos que con el pasar del tiempo se convirtieron en bestias feroces por recuperar los segundos perdidos.
-¡Pero que demonios te pasa hoy! Ya no es hora de dormir, hace una hora que hemos abierto. -La queja de José no hacía el efecto deseado en Álvaro.
-¡Te estoy hablando; date prisa con los clientes! –Saliendo del estupor Álvaro volvió de sus sueños y aceleró el ritmo.
Los clientes se miraban entre ellos intentando adivinar que pasaba por la cabeza de aquel muchacho. Poco a poco la panadería volvía a la normalidad propia de aquel día. Las barras frías, calientes, tostadas, grandes o pequeñas pasaban de unas manos a otras y el dinero entraba y salía del cajón atropelladamente. Álvaro no estaba, no existía en ese momento. Muy lejos de la panadería se encontraba en su mundo irreal, soñando despierto. Nervioso y emocionado deseaba el momento de encontrarse con Sara. Sus ojos miraban a la nada mientras su cuerpo se movía con velocidad en un sin fin de transacciones. Las voces de la calle le trajeron de vuelta con José.
Alguien se abría paso entre la gente a empujones. Entre quejas y voces distinguieron la cara de Ricardo. Era sorprendente e inquietante su actitud, con la cara inmersa en el pánico. Si cualquier otra persona del pueblo hubiese tenido aquella actitud, no habría sido tan escandalizador. Ricardo era una persona distinguida, sosegada y calmada en todas sus actitudes y reflexiones. Un hombre adinerado pero no de los más pudientes de la región.
-¡Ha llegado, es inevitable! Es una locura, como hemos podido llegar a esto. ¡Escuchadme todos! –Entre quejas de escándalo y miradas incrédulas se solicitaba silencio.
-¡Pero que demonios te pasa Ricardo! ¿Se ha muerto alguien?
-¡Los de cemento, los de cemento han caído y ahora requieren de nuestra gente!
Las personas de ciudad eran conocidas como gente de cemento y los de pueblo como gente de tierra o individuos de nivel ocho. Muchos años atrás dejaron de existir las naciones, los territorios o los países. La tierra era una gran extensión de grandes ciudades y páramos desiertos e inhóspitos para la vida humana.
Las ciudades saturadas por la contaminación, las personas y sin recursos naturales, se desprendieron de los individuos de octavo nivel. La sociedad se había vuelto muy clasista y cualquier nimio detalle hacía clasificar en un nivel diferente. Las personas de séptimo nivel no tenían estudios, eran de baja clase y sin recursos financieros, incluso dentro de cada nivel había secciones diferentes. Las personas de nivel siete C eran personas desfavorecidas por problemas maritales.
El séptimo nivel era una desgracia para cualquier persona de bien, pero en el octavo nivel no había personas, existían los individuos. Eran despojos de humanidad, seres sin ninguna utilidad para la sociedad, parásitos de los restos de grandeza del espíritu humano que había creado la sociedad clasista. Ellos fueron los primeros en ser expulsados de las urbes. Muchas personas disconformes con la decisión y en contra del régimen vigente se marcharon con ellos. El ser humano es social por naturaleza y de todos aquellos indigentes y desgraciados, fueron surgiendo pueblos y comunidades por el poco territorio que se mantenía fértil.
-¡El emperador, con el consentimiento de la cámara de representantes ha proclamado un mandato que nos obliga a luchar a nosotros! Parece que la guerra es más cruenta de lo que en un primer momento se había previsto- Los pueblerinos se quedaron atónitos intentando explicarse lo que exhalaba Ricardo.
-No tienen ningún derecho a pedirnos o a exigirnos nada, nunca hemos tenido relaciones con la gente de cemento y ellos no las han querido tener con nosotros- Sentenciaba José con calma y sosiego.
-Argumentan que es una guerra que concierne al mundo entero y que eso nos incluye a nosotros. Dicen que tanto ellos como nosotros tenemos muchos intereses en Leinad.
-Ciertamente la gente de cemento invirtió muchos recursos en Leinad, pero nosotros no tenemos ningún interés en ese planeta.
-Querido amigo José, como tu bien dices se ha invertido mucho dinero, personas y esfuerzos en ese planeta. Se ha invertido tanto que sospecho que la gente de cemento sabe algo que nosotros ignoramos acerca de Leinad. Y además indistintamente de lo que se sepa o se deje de saber, la gente de cemento tiene el poder suficiente como para obligarnos a ir a la guerra.
El silencio inicial y el murmullo de los pueblerinos dentro de la panadería era una confirmación de las palabras de Ricardo.