21 septiembre 2007

El hombre de Otoño

Miseria. Suspense. Debacle. Desdicha… Vuelan las hojas de la estación marchita a mi alrededor. Los niños ya sólo colorean con los lápices de color marrón y gris… Tiempos de frio se acercan sigilosamente para llevarse lo que llevan buscando hace ya muchos otoños. Yo, impregnado de irregularidad, estaba nervioso por el encuentro inminente; le espero sentado en el mismo lugar donde le he esperado año tras año. Los árboles que me rodean se rinden al azote del viento y dejan caer sus brazos, las nubes en la confusión del tumulto, bajan a ver qué sucede...

Un señor poco llamativo, aunque de aspecto dudoso, sale entre la bruma dejando de tras de él una estela pomposa de misterio. Me asusté, pero inmediatamente reconocí el perfil del sombrero que llevaba puesto, tan perfectamente calzado en su cabeza que parecía una prolongación de él mismo. Él, muy educado como siempre, me pide permiso y se sienta a mi lado después de recibir mi aceptación. Me ofrece un cigarrillo, el cuál rechazo –la conversación va para largo- mientras deja caer la mirada al suelo. Nos quedamos sentados en un silencio cómodo, signo de ser viejos conocidos, viendo siluetas perdidas en la inmensidad del suburbio. Sentía que la primera palabra iba a salir de su boca pero sale la mía al mismo tiempo, formado una única palabra al unísono. No entendemos ninguna de las dos, nos volvemos a enmudecer. El humo de su cigarro se pierde en el velo de inseguridad que me envuelve, se fusiona con las nubes que no me permiten ver la salida, la puerta de atrás.

Finalmente, apoya su mano sobre mi hombro y al oído me sentencia: “Lo siento, llegó la hora…”. Shock. Nudo en la garganta. Pulso enloquecido. Pupilas dilatadas. Una vez más, como si de un ciclo se tratara, oí el silencio que quise mantener mudo por mucho tiempo, el silencio interior que a gritos me decía el por qué de nuestro encuentro no casual. Pensé que era el fin, estaba en una situación de “stand by” por lo que el hombre del sombrero había pronunciado; por aquella frase que soltó pensando que ya la tenía asumida, que ya estaba concientizado de ello, que no había vuelta atrás… -“No me hagás esto, me lo llevás haciendo año tras año desde que tengo uso de razón… ¿por qué sos tan injusto? ¿Por qué siempre crees que llevás la verdad por delante, por qué sos tan orgulloso, arrogante e insolente; pero al mismo tiempo te aprecio tanto?”- Dije apresurado. Inmediatamente sueltó una carcajada con desparpajo. Movía los hombros al son de su risa, para hacerme entender el énfasis con el que suelta el alarido. Se quita el sombrero en señal de cansancio, y continuamos con nuestra conversación.

El diálogo sigue el curso de lo previsto, un monólogo dual de horas y horas que se consumen al ritmo de su cigarrillo. Todo llega a su fin y parecía que el encuentro también. Sin embargo, mi cuerpo, ya a la deriva por el oleaje de sus palabras, le increpó con esa fe estúpida que tenemos los seres humanos en las situaciones más críticas: “¿Algún día vas a volver?” – Cuestioné. La figura errante me contestó al mismo tiempo que se rascaba la barba de su sabiduría “Tiempo al tiempo joven aprendiz, no quieras aprender tan rápido. Que si estás sufriendo por hacer honor a mi nombre, sabés que acá sólo hay un culpable, y ése… sos vos”. Me di cuenta, al instante, de lo que me quiso decir. Sobraron las palabras…

-“Por lo menos dejáme algo, se que la culpa es mía pero yo también soy orgulloso y tentativo. Pinta un otoño muy crudo en el que va a reinar la soledad. Lo sé, he pasado antes por esto”- Supliqué. Se quedó recapacitando unos momentos la resolución de todo cuanto sucedió… y finalmente con voz ronca respondió: “Espero no volver a verte pronto, nos reunimos demasiado a menudo. Y lo peor de todo, es que esto no te beneficia, siempre acaba en tragedia”. Percibí un tacto a desconcierto en el aire húmedo. Me desorienté. Creí por un momento que estaba hablando con la persona equivocada, no entendía esa respuesta… ¿con quién estaba hablando? (Nadie me comentó que segundos más tarde entendería todo). Un olor a derrota, un olor a miedo, un olor a desencuentro se dejó sentir.

Finalmente, y sin preguntarme, se sacó la bufanda que llevaba puesta. Una bufanda del color del atardecer, de un color tan especial como elegante; con perfume a él, con su fragancia a seriedad, a respeto. Y en forma de despedida dijo: “Te dejo esta bufanda, prenda indispensable en mi vestuario. Cuidála. A su tiempo sabrás para qué te la di, no pretendas saberlo ahora; ahora simplemente utilizála como prenda para pasar este otoño cruel…” – Con cuidado, como si de algo místico se tratara, la tomé en mis manos mientras observaba como aquel hombre, después de volver a calzarse el sombrero, con buen porte y pasos silenciosos, se alejaba por el mismo camino por el que había venido a mi encuentro.

Casi ya perdido en el espesor de la niebla, me di cuenta de un detalle que captó toda mi atención. Salí rápidamente detrás del hombre, gritando como un loco para decirle que se le había caído una tarjeta. Ya hablando en soliloquio (no escuché más que la voz de mi eco en las fachadas de los edificios), me agaché y levanté del suelo la tarjeta personal que ya no tenía dueño. Sentí la curiosidad de un niño pequeño de saber qué era o a quién pertenecía. Ahí concebí todo, entendí sobresaltado con quién había estado hablando. Me equivoqué. Inquietado leí, minuciosamente escrito, en aquella tarjeta la palabra “Desamor".

Ahora, angustiado, comprendo todo. Ahora y más que nunca, entiendo la razón que tenían cada una de sus palabras, entiendo por qué su bufanda me abrigó durante todo aquel otoño, y también por qué sentía que la bufanda me apretaba tanto el cuello que me ahogaba, me hundía, me asfixiaba. Lo único que me sigue desconcertando de la bufanda, (esa pieza perdida que hay en todos los puzzles) de esa bufanda larga color fuego; es el olor a desamor, pero también a amor… olor a esperanza.

Mientras colocaba la bufanda alrededor de mi cuello, como hice durante largo tiempo, leí el anverso de la tarjeta, que apuntaba: “el tiempo pone a todos en su lugar”. Y mientras recapacitaba sobre esa máxima, empieza un otoño más, cruel y solitario como todos los anteriores; sin embargo, esta vez no… No, esta vez no. No te espero sentado en el mismo lugar de siempre. Hoy no me busques porque no me encontrarás.

17 septiembre 2007

"Aquel chico" buscando el "cieloazzul"



Era una noche sin luz. Las nubes ocultaban las estrellas y la luna se escondía de personas extrañas. Un chico vagaba sin rumbo, solo con sus pensamientos. El suelo, seco y agrietado, le acompañaba en cada paso. Con la cabeza cabizbaja sin vida en la mirada buscaba en la tierra la luz que le faltaba.

El cielo viendo la extraña figura, lentamente la curiosidad la inundaba. Las nubes se despejaron para que el cielo fijase la vista en “aquel chico” que la intrigaba. El sol sin pausa ni sosiego fue matando a la noche y el cielo empezó a ruborizarse. Un rayo de luz llamó la atención de “aquel chico” y si darse cuenta había levantado los ojos del suelo.

El cielo atornasolado se volvía azul de contento pues descubría el rostro de un amigo largo tiempo buscado. A “aquel chico” se le iluminaba la cara con el “cieloazzul” que devolvía la vida perdida de su mirada.

Desde ese día “aquel chico” nunca baja la vista, siempre observa el “cieloazzul” que le acompaña.

13 septiembre 2007

Una imágen vale más que mil palabras

Y sí, no tuve remedio, me gustó esto de “andar haciéndome” el Argentino. Aún así, no estoy acá para esto, ni para lo otro; sino para todo lo contrario (Gracias “Les Luthiers” por esta hermosa expresión). Hablemos de cosas menos importantes, hablemos de los que tenemos el don de la palabra, hablemos de los que hacemos del alfabeto un juego interminable y aleatorio, hablemos de hablar…o mejor dicho, de escribir.

Hay casos generales, patrones que con facilidad se cumplen, consejos que cualquier “pibe” puede seguir para escribir, herramientas tan útiles como la propia llave para abrir una puerta. Pero “esto” va más allá del umbral de las puertas de la intelectualidad, de las puertas de la información, de las puertas del vocabulario, de las puertas del saber; “esto” es una ventana. “Esto” (y no aquello) no es una ventana, es LA ventana. Es esa ventana a través de la cual, miraron cada noche la luna personas como Borges, Shakespeare, Bécquer… la ventana que abrieron cada amanecer para oír el insoportable ruido de los pájaros, la ventana que les (a mí incluido) hizo ver lo que no querían ver, la ventana que mancharon con la locura y la atrocidad de una juventud marcada por el don de la palabra. ¿La juventud marcada por el don de la palabra, o el don de la palabra marcada por sus juventudes ? He ahí el núcleo de mi reflexión. ¿Somos propietarios de escribir lo que sentimos en cada momento, o lo que sentimos en cada momento es propietario de lo que escribimos…? Qué más da, sea lo que fuere, soy esclavo de la escritura, y mis papeles del divorcio están plastificados.

Todos me preguntan: ¿Cómo lo hacés? ¿En qué te basas? ¿Cómo…pero…en fin…quién? Siempre me ponen entre la espada y la pared, yo atontado respondo: “Y…no sé viste, escribo nomás…” (se me escapó el acento involuntariamente).He escrito sobre la vida y la muerte, sobre el amor y el desamor, sobre la amistad y la traición, sobre la felicidad y la tristeza…rectifico, no he escrito, jamás escribí. A mi me escribieron.

Me preocupan las manchas de tinta que aprecio en mi alma. Me “escribieron” las líneas de todos mis seres queridos ya fallecidos, cada epitafio está grabado en mi libro del recuerdo, uno de los más grandes de la biblioteca que forma mi ser; ignifugo, impoluto. Me “escribieron” las líneas de todas las veces que pensé en la maldad, la injusticia, la crueldad, la hipocresía, la indignación, la frustración, la “no piedad” de los verdugos; cada conjugación de esas palabras me crea una alergia registrada en mi libro de la consternación, también voluptuoso aunque manoseado y ojeado (del uso temporal que alguna vez en mi vida le he dado). Me “escribieron” las miradas al suelo, las mandíbulas apretadas, los puños cerrados, la ira, la rabia, el orgullo y el ego; y tantas otras recolectadas en mi libro de la desesperación, el más llamativo de mi biblioteca, el menos leído porque me lo sé de memoria. Me “escribieron” con letra chiquitita y en cursiva; la felicidad, lo bueno de lo malo, la sonrisa de mis padres y mis hermanos, la humildad, el honor, la solidaridad, y el aprecio a todo cuanto me rodea; en el libro del maestro, el libro que convierte a los mezquinos en caballeros, el libro del ser humano. Éste es el más pequeño de mi biblioteca, pero está repleto de marca-páginas.

Me encanta escribir, lo hago por placer, mis dedos acostumbrados al vaivén del bolígrafo sobre los folios vírgenes impacientes de saber qué es lo que voy a escribir esta vez. Es una sensación que no puedo describir, es un cuadro de arte moderno que sólo entendemos unos pocos, es una pieza de puzzle, es la cuadratura del círculo.

Todo iba perfecto en la ampliación de mi biblioteca personal, esa que he descrito anteriormente, pero las cosas nunca son fáciles, no existen los finales felices para mis palabras. Una tarde me fui, la dejé abandonada temporalmente, me evadí, me “despisté” y se abrió la ventana de la biblioteca, pero no una ventana cualquiera, se abrió LA ventana. Viento, confusión, ruido, papeles volando por toda la biblioteca, de todos los colores, tamaños y texturas. Siguió el viento y comenzó la lluvia, ahí me di cuenta que jamás tendría que haber despistado esa biblioteca. El viento entraba por LA ventana, el agua de lluvia también, el caos reinó imperativamente durante un día y una noche. Cuando todo acabó, lloré y lloré al abrir la puerta. No podía creer lo que estaba viendo. Tartamudeé pero me auto-culpé. Yo involuntariamente había abierto LA ventana. Gracias a aquel hecho, hoy escribo, pero pagué el más alto precio por ello. Maté (se fue volando) la perfección que rozaban los autores como Borges, Shakespeare, Bécquer… Perdí el significado de lo que significa escribir, y lo peor de todo; todos los papeles que componían mi biblioteca estaban desordenados, mojados… algunos rotos, otros habían volado, otros no se entendían.

Jamás me perdonaré aquello, es algo con lo que tengo que vivir, todavía a día de hoy sigo ordenando los papeles, ya mezclados en diferentes libros, sin rumbo fijo, sin las ideas claras, algunos recuerdos borrados, algunas de las hojas de mis sueños rotas, nombres de personas a las que he olvidado, la humildad voló por la ventana…un desastre. Me prometí a mi mismo romper los cristales de LA ventana, ventana que provocó este desorden emocional. Pero tiene algo, algo tan especial y atractivo, que yo la cuido.

Ahora soy yo, aquel chico que se asoma cada noche a ver la luna, ahora soy yo el que abro cada amanecer la ventana para apreciar el insoportable ruido de los pájaros, yo el que veo lo que no quiero ver. El que ahora mancha la ventana con la locura y la atrocidad de mi juventud marcada por el don de la palabra. Locura que me produjo abrir la ventana con la que respiro, la que nunca debí abrir, la ventana de la escritura.






P.D.: “Una imagen vale más que mil palabras”. Estaba perezoso, no quise buscar una imagen en Google que expresara todo lo que he escrito. Todo lo que he escrito en 1.001 palabras ;)

10 septiembre 2007

Penas de Bandoneón

He de confesarlo, no resistí al llamar de la patria. Me pasé unos momentos medio infiltrado medio invitado por el vínculo que hay en nuestro blog al blog de “Encendida en Buenos Aires”. Me llamó tanto la atención el nombre que pensé, por qué no perder 5 minutos de mi vida, en ver un blog al que después le tendré que agradecer más de 5 minutos. Y una cosa llevó a la otra y aquí estoy (una de tantas), sentado delante de la pantalla, la cual parece que estos últimos días me entiende mejor que nunca. En el aire, música que derrocha calidad, “Pulso” de Bajo Fondo Tango Club, la misma que musita de fondo en el blog visitante.

Una amiga me propuso, ¿ por qué no escribes algo en argentino? Y al principio “no le di ni bola” pero después pensé en lo dulce y apasionante que podía ser la idea. Obviamente lo escrito pierde mucho, oralmente sería un gusto para todos aquellos que les gusta nuestro acento, más recalcado en mi caso, por tener un pasado porteño. Y así fue la sucesión de hechos, espero que les guste lo que sea que esté ensuciando estas páginas de internet.

[ Al mismo tiempo que mis pupilas, ya cansadas, se movían de izquierda a derecha empalagadas por el alto contenido emocional que tenían las palabras de aquel blog, mis oídos lloraban la pasión de un buen tango. Me trajo recuerdos de lo mejor y lo peor de mi patria, de mi país, todavía mi país. Vivo y no de otro modo agradezco el vivir en España, nuestra supuesta segunda patria, pero lo siento “gallegos” lo digo de alma, como el sentimiento Argentino pocos. Será por el orgullo, será por el ego, será…será, pero pintamos una bandera albiceleste con el azul del cielo y el blanco de las camisas de nuestro papás, los cuales un día fueron emigrantes.
Calles empedradas por las que recorro durante mi paseo emocional, tantos dulces recuerdos, tantas ilusiones que se quedaron allá, tantos buenos amigos, tantos…. Aprovecho cada pequeño símbolo que hace referencia al mundo más allá del charco, para decirle a mi corazón: “ves, ves querido?!!, nunca dejés de mirar de donde viniste, porque sino, no sabrás nunca a dónde vas…” Y él baja la cabeza y me contesta resignado: “si estuvieras allá, no faltarían las noches sin las penas de bandoneón, las noches perdidas en las palabras del nuevo lunfardo, las noches en las que un buen paso de tango parte corazones, y el olor a despedida es irremediable…”.

Esos porteños, que soportan todo el peso de la historia, de una historia truncada, de fantasías de pendejos con mil sueños rotos, sueños que pasaron de llamarse Argentina a llamarse Europa. Sin embargo, es un estado de embriaguez hablar de “La Argentina”, y más concretamente de mi Buenos Aires querido… Del sentimiento de un buen pibe, al que nunca le importó la guita, el que siempre giraba las esquinas de una ciudad marchita por momentos, y sin embargo sonreía. Buenos Aires, una ciudad, la ciudad… esa ciudad que posee la cara feliz y la cara triste de un país en decadencia, el último resquicio de un alma que se pierde por sus calles, con el mejor tango de Caminito de fondo, o la cara de Gardel en San Telmo. No me quiero olvidar tampoco del olor ácido que me dejó la frustración de un pasado traicionero, un pasado que se repite en la historia de 38 millones de personas.

Vendería mi alma al diablo, y a precio muy barato, sólo porque personas como ustedes, entendiesen algún día el corazón desnudo de un argentino, vibración que a 14000 kilómetros no me impide y no me da pudor en defender a los míos siendo culpables de gran parte de nuestra crisis. Pero entiendan queridos lectores, que todo esto va más allá de una crisis económica, o de unos políticos corruptos; esto es mucho más que eso. Esto es… ser Argentino. ]

Y así acabó la noche, el diablo contento con mi alma, mientras toca el bandoneón perdido en algún rincón de mis recuerdos, las notas tristes caen al suelo, y yo las recojo una a una para componer mi pasado, mi historia en la patria que un día me lo dio todo y al siguiente me lo arrebató. No sólo se llevó mis pertenencias, también se llevó mi corazón, corazón más de allá que de acá, corazón Argentino.

Ahora te toca a vos, querido diablo, dame lo que aquel día me prometiste, hacéles entender lo que es un tango triste… muy triste.

05 septiembre 2007

Mi Misantropía


No me alces la mirada, no quiero verte la cara. Tanto sentimiento alocado hace que me duela el alma. Todo lo que me rodea me produce tristeza. El abatimiento del corazón es una pesada carga que ni el omnipresente tiempo lo sana. Me siento harto de la vida, cansado del mundo, asqueado de la gente que me mira. Cualquier objeto, cualquier palabra me produce bilis y se me atraganta la vida desprotegida y desamparada.

Tu recuerdo, tu recuerdo aparece por doquier. Cierro los ojos y allí te veo, los abro y te vuelvo a ver. Intento odiarte por muchas cosas justas y un millar de cosas más que ni yo mismo me puedo hacer entender. Todo es en vano, no puedo hacer nada, la impotencia es un arma mellada que me tortura de forma desenfrenada.

El recuerdo de haberte tenido hace odiar mi vana existencia desnuda de tu presencia.
Sin fortuna en mis incorrectas decisiones el arrepentimiento es fútil, pues el paso del tiempo hace abrupta la vuelta hacia donde me encontraba encadenado a tu amor. Ahora tan acompañado de la nada y con la libertad del abandono no soporto las miradas.

No soporto tu presencia, no soporto que me leas y odio a la dicha enamorada. Si pudiera romper las sonrisas en los rostros cariñosos, con rencor me desgarraría el pecho para lanzarte a la cara mi espinado corazón. La sinrazón me inunda el anegada alma. No te confundas no son celos, es antipatía por mi decisión de aparente fundamento. No te confundas no soy antipático, simplemente muy a mi pesar, sigo enamorado sin tener que estarlo.