09 enero 2009

"Cama, sangre, olvido..."

Y cuando uno ama en la distancia, ama en la cama.

Bebe del manantial de los recuerdos que caen en forma de sudor por un mal despertar.
Sospecha un grito ahogado en la oscuridad de su habitación,
intuye unas manos de sicario rodeándole el cuello.

Finalmente cede a la presión de la necesidad. Cae en el sueño profundo, abrazado al retrato que pone nombre propio a la lejanía recurrente.

Y cuando uno ama en la distancia, ama en la cama.

¡¡Muere!!, muere de una maldita vez en los tentáculos de Morpheo, y a cada instante genera impulsos de olvido sobre el blanco infinito de sábanas perdidas.

Blanco de nieve, copos que se funden al contacto del cristal. Afuera, la ventisca arrincona a las ramas desnudas.

Se vuelve a desvelar repentinamente. Un ruido de cristales rotos, el motivo.
No entiende, mira alrededor pero no ve el origen del estruendo.

Y cuando uno ama en la distancia, ama en la cama.

Rendido ya de cansancio y aturdido, se tiende como las plumas que esperan a que alguien se las lleve. Siente su presencia, pero desconfía de sus delirios provocados por el insomnio.

Él no sabe nada, nunca lo sabrá.

Una ráfaga de viento se cuela cada noche en su intimidad, llena su mirada de sombras. La parte derecha de la cama, donde ella solía dormir, impoluta y sin desordenar, acoge el frío de la ausencia.

Y cuando uno ama en la distancia, ama en la cama.

Pasan las horas igual que pasan las cosas que no tienen sentido.

Despierta.

Una mala noche, pero no hay tiempo de mirar atrás. Empieza el día con el pie derecho, pie que le sangra. El marco roto reposa sobre el suelo, indiferente. Los cristales se esparcen de forma arbitraria, algunos afortunados sienten el calor de la piel cortada.

Las perlas rojas caen con frecuencia, manchando un vacío en la moqueta. Se oyen alaridos quebrados. No sé si por el dolor de las heridas o por perder la foto.

Y cuando uno ama en la distancia, ama en la cama.

La foto de su retrato ya no estaba allí. Ya sólo quedaban regueros de sangre seca. Ese fue el día que supe que me olvidé de ella. Ya no existe. Porque en la vida hay personas que olvidan y olvidados.

Me duele más, muchísimo más, pertenecer al segundo grupo, que todos los cristales que me clavé aquella mañana intentando buscarte...

1 comentario:

DGP dijo...

Me alejo de mis asuntos para con exclamaciones decir: ¡¡¡OLE TORERO!!!

Muy bonito y profundo, encantador y triste relato que no deja indiferente.

Saludos,
DGP