24 marzo 2007

El Tiempo Anciano


Andando me paso el día sin pensar en lo andado. Solo un anciano caminando me recuerda adonde ando. Con cierto disimulo miro sus zapatos y en el destrozo ocasionado por el tiempo pasado me pregunto hasta donde andarán mis zapatos. Entre las arrugas adivino una sonrisa picaresca, una sonrisa para olvidar el daño. En los ojos veo añoranza de tiempos olvidados y finalmente en sus manos encuentro el alma de quien ha vivido soñando.

11 marzo 2007

Dos lágrimas


Dos tristes lágrimas surcan mis mejillas en esta oscura noche. Un recuerdo, quizá dos palabras bastan para que salgan. Un te quiero es suficiente para que dos lágrimas mojen mi almohada. El deseo se hace espada y la esperanza el filo que brilla al transcurrir de mis lágrimas. En esta sola y fría noche un corazón muere y una débil mente sufre la madrugada. Solo la remembranza de una pérdida es suficiente para que dos amargadas lágrimas salgan. Por esas lágrimas clamo al cielo lo que era mío y me arrebataron, maldigo mi desventura y la providencia porque ahora no me importa nada, tan solo mis dos compungidas lágrimas. El ahogo me deja sin aliento y sin poder decir nada, solo una mirada basta para descubrir que una vez de mi torturado corazón surgieron dos furtivas lágrimas.

10 marzo 2007

Mentes en Guerra. 4ª Parte

La sorpresa:

Un nuevo día despuntaba por el alba y los primeros rayos de sol penetraban entre sus pestañas. Sara era el primer pensamiento que tuvo, el primer pensamiento de otros muchos. Movido por la incesante rutina, Álvaro dio los buenos días a su madre. Rápidamente se dio cuenta del desliz, pero ya no le importaba demasiado. Las palabras de José resonaban en sus oídos y tenía que vestirse para ir a trabajar.

Se sentó en la misma silla de madera de todos los días, con la misma inseguridad y la misma insatisfacción. Preparó su ropa y después de un somero examen, descubrió que las perneras de sus pantalones estaban con barro.

Con la naturalidad propia de la experiencia, Álvaro cogió el peine del su madre y frotó con vigor el barro seco. Al poco tiempo, el pantalón estaba listo para un nuevo día. Se puso el pantalón, la camiseta y la bufanda que le regaló José en un día cualquiera. Sus pies descalzos, robustecidos por la piedra, el agua, el calor y el frío; se sentían abandonados. En pocas ocasiones habían disfrutado de la comodidad de un zapato. Contados momentos boyantes de felicidad cuando su madre le permitía algún capricho. Álvaro notaba esos recuerdos muy lejanos.

El sol bañaba con sus poderosos rayos las casi inexistentes estrellas. Los árboles hacían cantar a sus inquilinos y las nubes no amenazaban tormenta. Álvaro empezó a darse prisa. Cogió de la mesilla la manzana para la comida y pensando en Sara fue hacia la panadería.

El camino ya se había secado y el barro se podía sortear con facilidad. Siguiendo la ruta habitual, fue al arrollo y se lavó la cara y las manos con agua fría de las montañas. Llegó a la bifurcación del camino y un fugaz pensamiento le quitó de la mente la imagen de Sara. Perderse, desaparecer, evaporase, descubrir, explorar, vivir. Según se alejaba volvía otra vez a la realidad y a sentir la cara húmeda y fría.

Saliendo del bosque escuchó un ruido que le llamaba, un ruido familiar y agradable. El ruido se convirtió en voz. Era Sara que le llamaba oculta por el tronco de un árbol.

-Álvaro ven aquí, rápido no tengo mucho tiempo. -Era la primera vez que hablaba directamente con Álvaro y en su voz se notaba una mezcla de seguridad y preocupación.

-¿Sara, como tú por aquí? ¿Qué pasa, necesitas ayuda? -La voz de Álvaro salía temblorosa de entre sus labios. Nunca se había atrevido a decirle nada, su única comunicación con ella habían sido los gestos, las miradas y los pensamientos.

-Hoy a las siete y media de la tarde en la colina que está detrás de la explanada de la iglesia. -Con la misma rapidez y sorpresa que había aparecido, se dispuso salir corriendo dejando tras de sí el estupor y el silencio.

-Un momento, no te vayas. -Sus palabras cayeron de su boca confundiéndose con el ruido de naturaleza. Veía cómo se marchaba en dirección al pueblo y por su mente sólo aparecían palabras inconexas y sin sentido.

-Tengo que irme, no me pueden ver contigo.

Corría con delicadeza propia de una dama y con la firmeza y decisión de un general. Álvaro se quedó solo con los pensamientos y cuando despertó del trance solo recordaba una frase " Hoy a las siete y media de la tarde en la colina que está detrás de la explanada de la iglesia".

Volvió a coger con más ímpetu y alegría el camino en dirección a la panadería. Ya no le importaba nada, solo deseaba que pasasen las horas para ver a Sara.

06 marzo 2007

Mentes en Guerra. 3ª Parte

Deseada huída:

Los pasos entre las piedras y el barro le hacían pensar en la vida. El se veía como esas pobres rocas inertes que tan fácilmente eran sumergidas en el fango. Un Dios omnipotente y omnipresente le aplastaba con la facilidad de un paso.

Se sentía hundido por las palabras de José. Sus esperanzas eran migajas de palomas y solo le quedaba la resignación. Una resignación que le había acompañado durante su vida.

Empezaba anochecer y mirándose los pies notó como llegaba a la bifurcación del camino. La necesidad de desaparecer se hacía una carga pesada que le aliviaba la mente de ataduras. Sentía como el ramaje le rodeaba y conducía hasta un mundo nuevo. Pero sus pies, sus pesados pies no se movían. Volviendo a la desesperante realidad, regido por lo que consideraba coherencia, se fue a casa.

La oscuridad ya reinaba en sus escasos dominios y sin nada que hacer, ni qué decir, se fue a la cama pensando en un nuevo día. Las estrellas fulgurantes en el cielo, cantaban una triste serenata. Una serenata dirigida por la luz de la luna.

La luna del mar ilumina nuestros rostros, acariciados por el continuo correr del viento. Nuestras manos entrelazadas presagian la inolvidable noche que esta a punto de acontecer. Las olas del mar intentan infructuosamente alcanzar nuestros pies, y mientras tanto la luna continúa iluminándonos. Mi Diosa, mi Diva, mi Venus, luce ciñéndose a su cuerpo un vestido de satén negro, que al igual que sus largos cabellos, se arquea por la fuerza del viento. Las estrellas se consumen en el cielo, no se si por envidia de que esté junto a una estrella del firmamento, o por competir con la luna en iluminar nuestros cuerpos.

Mi mano empieza a palpar su cadera y con suaves caricias va estimulándola. Ella, con una dulzura propia de Afrodita, se gira para ponerse de frente siguiendo el recorrido de mi brazo. Sus ojos reflejan la omnipresente luna y te invitan a soñar despierto. Las manos ajenas a mi control recorren su espalda ascendiendo paulatinamente por su columna. Los rostros se acercan y pierdo el contacto con sus ojos para poder fundirme en un apasionante beso. Mientras nuestros labios juguetean cuales chiquillos traviesos, las manos se encuentran con la cremallera del vestido que previsiblemente cede por mi empeño, más que por la habilidad.

Tras un inimaginable esfuerzo separamos nuestros cuerpos y el vestido cae a la fría y limpia arena. Su cuerpo resplandece gracias a la luz de la luna y con gran sorpresa por mi parte puedo observar que ninguna ropa interior desvirtúa ese nacarado cuerpo. Tal es la imagen que me deleita la vista, que por un momento creo estar en el nacimiento de Afrodita saliendo de las impetuosas olas del mar.

Para estar a la par, comienzo a quitarme la camisa con relativa rapidez, pero al comenzar, ella se acerca con su natural delicadeza y botón a botón, la camisa va cediendo. Detrás del último botón de la camisa le sigue el botón del pantalón y una brisa fresca, solo contrariada por el ardor de mi interior, recorre mi cuerpo semidesnudo.

Con los pantalones y la camisa cubriendo la arena, maltratada por las olas, nos tumbamos. Sus labios luchan con los míos y los mordiscos son sucedidos por reconfortantes incursiones de su lengua en mi boca. Su mano va bajando por mi torso lentamente y con ternura, hasta encontrarse con mi inaguantable erección. Muy despacio palpa el pene por encima de los calzones, un inesperado escalofrió recorre el cuerpo, esa sensación rápidamente va a la columna vertebral hasta sucumbir finalmente en el cerebro. Con una rapidez inusual en ella, me quita los calzones y nuestros cuerpos quedan bajo la luz de la luna.

Los brazos intentan abarcar la mayor parte de su figura, infructuosamente quiero guardar esa belleza que tengo ante los ojos. Sus cabellos rozan mi pecho y me acarician con su suave tacto, los dedos resbalan por mi piel erizándomela al completo. Suavemente los senos cuales plumas de fénix caen sobre mí, abrasando el conmocionado pecho.

Estoy en el séptimo cielo, cuando un ruido me saca del éxtasis en el que me hallo. Un grupo de endemoniados intrusos dejó la fiesta del gobernador para tomar el aire. Cuando mi atención vuelve a su cometido, el ángel irremediablemente se está vistiendo. Lanzó una mirada que me arrebata el alma, una mirada que manaba serenidad y tranquilidad, una mirada que prometía mi más ferviente deseo. Con gran pesar yo también me visto y exactamente como habíamos llegado a la playa, regresamos a la fiesta, con la única diferencia de haber avivado la llama de la lujuria.

Entramos en el salón cada uno por su lado, nadie debe de tener el más mínimo atisbo de duda respecto a nosotros. No pueden relacionarme con la hija del gobernador y esa tortura me desquebraja el alma. La música no cesa en su empeño de animar la fiesta y las luces alumbran el espacioso salón, la gente habla y baila y solo dos figuras muestran la impetuosidad de su lujuria. Nuestros ojos se encuentran continuamente entre la multitud y como siguiendo un destino predefinido, subimos las escaleras del salón. Ella sube las escaleras del lado izquierdo y yo, para no levantar sospechas, por las del lado derecho. Evidentemente las miradas nos inculpan de nuestros propósitos, pero eso no nos importa. Ella sabe perfectamente a donde nos dirigimos y yo al igual que la luna persigue al sol y el sol a la luna, sigo sin remedio.

Abre una puerta y voy detrás de ella. Unas escaleras en espiral se sitúan en frente. No la puedo ver, solo el dulce susurro de sus pisadas me guía hacia arriba. Las escaleras se hacen interminables, la infinidad de sus peldaños es una tortura para el deseo que me arde por dentro. Finalmente llego a una sala donde una nueva puerta se cierra. No tengo ni la menor idea de en que parte me encuentro en aquella inmensa mansión. Las pisadas que guiaban mi camino se hacen inaudibles. Por un momento me asusto de tal manera que me dispongo a entrar exacerbado a la habitación, pero un nuevo sonido tranquilizador adormece mi impetuosidad. Es un canto de sirena. Con una voz proveniente del cielo me susurra que pase.

Abro muy lentamente la puerta de madera y la cierro con cierto temor de que alguien pueda descubrirnos. La habitación es muy hermosa, tiene cuatro ventanales enormes, de estilo barroco, la cortina echada y la habitación solo se ilumina gracias a velas que se van encendiendo una a una. Extrañamente no puedo ver a ella por ninguna parte y las velas se van sucediendo para iluminar la habitación. Empiezo a ponerme nervioso, camino tímidamente al centro de la habitación donde se halla una cama de matrimonio. Las velas ya iluminan la práctica totalidad del cuarto pero mis ojos no pueden verla por ninguna parte y justo cuando me dispongo a llamarla, de la última vela iluminada una chimenea empieza a arder. Justo delante de ella puedo ver a mi Diosa, completamente desnuda. Las llamas de la chimenea resplandecen en su torso y las velas me permiten vislumbrar su cara.

Inconscientemente mis manos empiezan a desnudarme, con una asombrosa tranquilidad los botones de la camisa van cediendo al paso de las manos. La mente está en ebullición pero mis manos se mueven con autonomía propia. El cuerpo no me pertenece estoy siendo movido por ella. Por un momento tengo que comprobar si controlo mi propio cuerpo y me dispongo a parar. Las manos paran, pero la camisa está abierta. Ella se percata, una pausa de apenas dos segundos se me hace larga y tortuosa. Entonces ella reacciona, empieza a acercarse a donde me encuentro. Su silueta se mueve al compás de las llamas que se encuentran por toda la habitación. Su figura se engrandece por las sombras que el fuego le prestaba. Poco a poco sus labios se acercan a los míos y con sus tiernas manos de seda la camisa cae al suelo. Un ardiente beso me inunda los labios de dulce miel. Mis brazos rodean su cuerpo y el contacto con su piel me produce un escalofrío lleno de calor. Como una gota de agua mis manos van cayendo y llegan hasta sus nalgas. Son suaves y tersas. Sin poder contener mis deseos las aprieto fuertemente hacia mí. El fuego arde con más fervor que antes y la habitación empieza a calentarse al igual que nuestras mentes y corazones. Sus labios se sueltan de los míos y lentamente caen hacia abajo. Sus labios erizan mi piel y mis músculos se tensan por donde pasan esos tiernos y sedosos labios. Primero mi cuello, después mis pectorales y luego mis abdominales. Finalmente y tras un ligero espasmo mis músculos se relajan y caigo de espaldas en la cama. Sin darme apenas cuenta los pantalones huyen de mis piernas y ahora volvemos a estar a la par, completamente desnudos.

Un ligero cosquilleo recorre mi pene de parte a parte, sus labios rozan mi sensible piel y eso me estremece de placer. Con su innata delicadeza, abre su boca y empieza a lamerme el prepucio. Sube y baja lentamente, su dulce y abundante saliva, recorre mi pene. La vista se empieza a nublar, los sentidos se adormecen para dejar paso al tacto, solo el tacto de su boca. El ritmo se acelera súbitamente provocando que un suspiro salga de mis entrañas. La explosión es inminente, pero ella se detiene como si controlase todos mis impulsos y sensaciones. Mi respiración vuelve a su cauce y mis sentidos regresan bajo mis órdenes y mi control.

Mi cuerpo sudoroso mana un deseo implacable. Beso a beso, roce a roce, su boca sube por mi cuerpo hasta morir en mis labios. El tacto de su piel me consume y eleva, nuestras respiraciones se acompasan y las piernas infructuosamente se hacen nudos entre ellas. Las llamas de la habitación se hielan a cada beso, a cada caricia. Solo una llama queda prendida en aquella habitación, son nuestros cuerpos entrelazados.

La mano ajena a mi control sube por su entrepierna ávida de deseo. Una sola caricia me descubre el dulce arrollo que fluye por sus piernas. La mano golosa se adentra para colmarla de placer. Inaguantables suspiros salen de entre sus labios, sus piernas se abren lentamente para dejar que el intruso profane su templo. Su clítoris revienta de la excitación y un dedo se mete hasta dentro. Una queja ente sus suspiros me paraliza por un momento, pero sus ojos colmados de apetito me piden más. Lentamente sale y entra, y a cada nueva embestida de mi dedo, sus pechos se alzan soberbios ante mí. Mi boca impúdica se abalanza hacia sus pezones, los besa y muerde, los acaricia y aplasta. Sin saber muy bien como, un orgasmo brota desde lo más profundo de su ser, aplacando mi apetito y pretensión.

Tumbada en la cama, su cuerpo resplandece, gracias al sudor, como si de la primera estrella de la noche se tratase. Lentamente y susurrándola al oído le doy las gracias por la noche que me está regalando. Con mucho cariño y delicadeza me abraza y me murmura que la penetre. El cielo se abre ante mí y con cuidado me pongo encima de ella. El mero roce nos provoca un escalofrío y muy despacio mi pene va penetrándola. Sus suspiros se hacen más profundos y sus brazos me empujan hacia ella con fuerza. La noto muy húmeda y caliente, todo su cuerpo me abrasa, en la habitación solo existimos ella y yo. Finalmente un último empujón la hace gritar en mi oreja. Mi pene empieza a entrar y salir con su propio ritmo. Ella jadea y acompasa su cadera con la mía. El ritmo, al igual que nuestros suspiros y nuestra excitación, va creciendo. Sus piernas rodean mi cuerpo y eso facilita la penetración, no hay descanso y el orgasmo es inaplazable. Nuestros cuerpos fundidos en uno solo, jadean al unísono, nuestro sudor se mezcla en nuestros cuerpos y nuestras mentes estallan a la vez en un colosal orgasmo. Mi semen la inunda por dentro y ella rebosa satisfacción.

Así, en esa misma postura nos quedamos por un rato. Recobrando nuestros sentidos al igual que nuestra propia conciencia. Empezamos a besarnos tiernamente a sabiendas que eso no volverá a repetirse. Solamente puedo desear que se repita ese celestial momento en mis terrenales sueños. Y lentamente va amaneciendo.

02 marzo 2007

Ojalá....

Ojalá tuviese alas para poder volar y salir de aquí...olvidar y dejar todo detrás... ir a un lugar donde nadie me pueda encontrar... donde por fin pueda ser feliz... un lugar sin que nadie me diga como tengo que ser ni que hacer...
Ojalá tuviese fuerzas para hacerlo, para dejar todo sin mirar atrás, dejar todo sin arrepentirme, dejar todo sin sufrir...
Ojalá nunca hubiera estado aquí, no sentir lo que todo el mundo siente hacia una persona en especial y no ser correspondido, no pensar todo el rato en ella...
Ojalá no hubiera existido y no ver como la gente sufre por amor y no poder hacer nada porque nunca has sabido que es lo que se siente... no saber nunca que es el amor...