02 abril 2007

Pasado Presente


Nunca debí haber iniciado esa conversación. Nunca. Jamás. Con aquel saludo, había dictado mi sentencia de muerte. No podía evitarlo, no podía retroceder; no podía: ya era demasiado tarde; ya estaba condenada.

Condenada a abrir la caja de Pandora, a que los viejos fantasmas del pasado, esos a los que yo misma había cavado las tumbas y me había esforzado tanto por enterrar, volvieran a volar sobre mi cabeza. No son más que buitres esperando mi muerte, una muerte que ellos y yo sabemos cercana.

Pero yo no le tengo miedo a la muerte. Yo ya morí una vez. Aunque de eso hace ya mucho tiempo.

Nunca debí hablar con Él. Él, que había sido mi perdición, mi droga más dura. Él, que me había subido hasta las puertas del cielo; Él, que me había arrastrado a la boca del infierno.

Todo volvía a mí: los recuerdos, las ilusiones, los temores; todo a lo que yo había cerrado la puerta se estaba abriendo paso, poco a poco. Bastaba una pequeña grieta.

¿De qué había servido echar los cimientos de una nueva vida, si la vieja los estaba ahora destrozando?

Creía que todo había acabado el día que se acabó todo. Pero todo permanece, nada desaparece por mucho tiempo. Yo, que había jurado que sólo pensaría en Él para maldecir su bonita estampa, le estaba reservando ahora cada uno de mis pensamientos. En mi cabeza, sólo resuena su nombre. El eco que producen esas seis letras ensordece todo lo demás.

Y pienso, ¿cómo he podido vivir sin Él? ¿Cómo ha podido otro usurpar su trono? Pero me faltan los minutos y los segundos para responder a esas preguntas. Sólo quiero verle, hablarle. Sólo quiero contarle que ha desmoronado mi ordenada vida, que ahora me rijo por el caos, que le...

Pero no le puedo besar. Ni abrazar. Ni pueden mis dedos acariciar sus mejillas, ni pueden nuestras manos entrelazarse.

Hay un muro que nos separa. Nosotros lo construimos. Con pedazos de nuestros corazones rotos, con las promesas que no cumplimos, con los sueños que no se hicieron realidad, con las palabras vacías, con los reproches y rencores, con nuestro orgullo.

En mi lado, las trompetas se preparan para sonar.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bonito, muy triste, muy tierno y muy fuerte.

DGP dijo...

Aunque las distancias separen, aunque el tiempo acompañe al olvido, aunque lo malo vivido guarde frustración y sufrimiento; siempre pervivira aunque sea el resquicio de un bonito sentimiento.

Me ha encantado tu texto, me ha llegado al corazón.

DGP dijo...

PD: Gracias por publicar en El Blog de las Letras. Espero que te guste el blog y publiques muchos más textos.

Rodolfo N dijo...

Muy tierno y desesperado clamor...