10 marzo 2007

Mentes en Guerra. 4ª Parte

La sorpresa:

Un nuevo día despuntaba por el alba y los primeros rayos de sol penetraban entre sus pestañas. Sara era el primer pensamiento que tuvo, el primer pensamiento de otros muchos. Movido por la incesante rutina, Álvaro dio los buenos días a su madre. Rápidamente se dio cuenta del desliz, pero ya no le importaba demasiado. Las palabras de José resonaban en sus oídos y tenía que vestirse para ir a trabajar.

Se sentó en la misma silla de madera de todos los días, con la misma inseguridad y la misma insatisfacción. Preparó su ropa y después de un somero examen, descubrió que las perneras de sus pantalones estaban con barro.

Con la naturalidad propia de la experiencia, Álvaro cogió el peine del su madre y frotó con vigor el barro seco. Al poco tiempo, el pantalón estaba listo para un nuevo día. Se puso el pantalón, la camiseta y la bufanda que le regaló José en un día cualquiera. Sus pies descalzos, robustecidos por la piedra, el agua, el calor y el frío; se sentían abandonados. En pocas ocasiones habían disfrutado de la comodidad de un zapato. Contados momentos boyantes de felicidad cuando su madre le permitía algún capricho. Álvaro notaba esos recuerdos muy lejanos.

El sol bañaba con sus poderosos rayos las casi inexistentes estrellas. Los árboles hacían cantar a sus inquilinos y las nubes no amenazaban tormenta. Álvaro empezó a darse prisa. Cogió de la mesilla la manzana para la comida y pensando en Sara fue hacia la panadería.

El camino ya se había secado y el barro se podía sortear con facilidad. Siguiendo la ruta habitual, fue al arrollo y se lavó la cara y las manos con agua fría de las montañas. Llegó a la bifurcación del camino y un fugaz pensamiento le quitó de la mente la imagen de Sara. Perderse, desaparecer, evaporase, descubrir, explorar, vivir. Según se alejaba volvía otra vez a la realidad y a sentir la cara húmeda y fría.

Saliendo del bosque escuchó un ruido que le llamaba, un ruido familiar y agradable. El ruido se convirtió en voz. Era Sara que le llamaba oculta por el tronco de un árbol.

-Álvaro ven aquí, rápido no tengo mucho tiempo. -Era la primera vez que hablaba directamente con Álvaro y en su voz se notaba una mezcla de seguridad y preocupación.

-¿Sara, como tú por aquí? ¿Qué pasa, necesitas ayuda? -La voz de Álvaro salía temblorosa de entre sus labios. Nunca se había atrevido a decirle nada, su única comunicación con ella habían sido los gestos, las miradas y los pensamientos.

-Hoy a las siete y media de la tarde en la colina que está detrás de la explanada de la iglesia. -Con la misma rapidez y sorpresa que había aparecido, se dispuso salir corriendo dejando tras de sí el estupor y el silencio.

-Un momento, no te vayas. -Sus palabras cayeron de su boca confundiéndose con el ruido de naturaleza. Veía cómo se marchaba en dirección al pueblo y por su mente sólo aparecían palabras inconexas y sin sentido.

-Tengo que irme, no me pueden ver contigo.

Corría con delicadeza propia de una dama y con la firmeza y decisión de un general. Álvaro se quedó solo con los pensamientos y cuando despertó del trance solo recordaba una frase " Hoy a las siete y media de la tarde en la colina que está detrás de la explanada de la iglesia".

Volvió a coger con más ímpetu y alegría el camino en dirección a la panadería. Ya no le importaba nada, solo deseaba que pasasen las horas para ver a Sara.

1 comentario:

GaRZaS dijo...

Mucho mejor ahora:una lectura amena e intrigante.Me dejas con la miel en los labios.Qué pasará en la colina?? Ummm.